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La historia del sumergible Titán, que desapareció el 18 de junio de 2023 en una expedición hacia los restos del Titanic, dejó una marca imborrable en la memoria colectiva. La tragedia, que costó la vida a cinco personas, vuelve a conmover al mundo con el documental “Titan: El desastre de OceanGate”, estrenado el 11 de junio en Netflix. Este trabajo no solo reconstruye los hechos, sino que profundiza en las advertencias ignoradas, las decisiones negligentes y las voces que intentaron evitar lo inevitable.
A través de grabaciones inéditas, documentos internos y testimonios de exempleados, el documental revela una historia que va más allá del accidente: la de una empresa que priorizó la innovación sobre la seguridad. OceanGate rechazó certificar su sumergible ante organismos reguladores, y desestimó reportes técnicos que alertaban sobre posibles fallos estructurales. El resultado fue una implosión letal a más de 3.300 metros de profundidad.
El Titan, fabricado con una mezcla de fibra de carbono y titanio, perdió contacto con su barco nodriza a poco de iniciar el descenso. Lo que al principio se creyó una falla técnica terminó siendo un evento catastrófico. La Armada estadounidense detectó ese mismo día un sonido compatible con una implosión en la zona. La Guardia Costera confirmó días después que el sumergible había colapsado de forma instantánea, sin dejar margen de reacción a sus ocupantes.
Entre los restos hallados por un ROV el 22 de junio, cerca del Titanic, se identificaron fragmentos clave del sumergible. No quedaban dudas del destino de los tripulantes: el CEO de OceanGate, Stockton Rush; el empresario británico Hamish Harding; el experto francés Paul-Henri Nargeolet; el empresario Shahzada Dawood y su hijo Suleman, de solo 19 años.
Uno de los momentos más duros del documental llega con la historia de David Lochridge, ingeniero despedido por advertir fallas de seguridad en el Titán. Su informe técnico fue desestimado por la empresa, que defendía que los procesos regulatorios “frenaban la innovación”. Netflix muestra cómo OceanGate operaba al margen de estándares internacionales de seguridad, incluso después de múltiples alertas.
Además, el documental recupera la voz de potenciales pasajeros que declinaron viajar al considerar que el sumergible no era seguro. Uno de ellos fue el empresario Jay Bloom, quien compartió mensajes de texto en los que expresaba sus temores antes de que se confirmara la tragedia.
Las víctimas no eran simples turistas. Cada uno tenía una historia vinculada a la exploración, la ciencia o el legado familiar. Rush, fundador de OceanGate, soñaba con abrir al público el acceso a las profundidades. Harding había recorrido los extremos del planeta y el espacio. Nargeolet era considerado el mayor conocedor del Titanic. Dawood y su hijo compartían su último viaje juntos. La reconstrucción que ofrece Netflix busca darles voz a esas vidas perdidas.
“Titan: El desastre de OceanGate” no es solo un documental, es una advertencia. Al visibilizar errores humanos, decisiones empresariales arriesgadas y la ausencia de control técnico, apunta a generar conciencia sobre los riesgos de mezclar innovación con negligencia. Verlo es también rendir homenaje a quienes perdieron la vida persiguiendo un sueño bajo el mar.





