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    Madrugan bajo el frío para sobrevivir: tres historias reales

    Viven en San Juan de Lurigancho, La Victoria y el Centro de Lima. Ellos madrugan para trabajar, criar a sus hijos y vencer el frío.

    Foto y video: América Noticias

    La ciudad aún duerme, pero ellos ya están en pie. La madrugada en Lima se vuelve un escenario de lucha para quienes no pueden esperar al amanecer. El frío cala los huesos, la llovizna no da tregua y el silencio es interrumpido solo por los pasos de quienes madrugan a trabajar para sostener su vida.

    Este es el retrato de tres peruanos: Milagros, Luis y Edgar, que en la oscuridad buscan el sustento, el milagro, el porvenir.

    ¿Qué historia de vida hay detrás de una barrendera?

    Milagros despierta a las 3 de la mañana. Vive en La Victoria con su hijo y sus perros adoptados. Antes de barrer las calles, lava los servicios, tiende ropa y prepara comida. "Me pongo la ropa lavada del día anterior, alimento a mis animales y salgo a trabajar", cuenta. Su jornada en la municipalidad de La Victoria inicia a las 4:30 a.m. y no termina hasta las 2 de la tarde.

    Por las noches, vende comida hasta las 10. Sufre de hipertensión, pero el frío no la detiene. “Hace frío, está helado, pero es la costumbre”, dice mientras se abriga con tres chompas. Vive con lo justo y reconoce que eligió mal: “Me equivoqué con el padre de mis hijos. Nunca pensó que lo que él comía, sus hijos lo dejaban de tener”.

    Vendió caramelos, durmió en cartones, y no se arrepiente de sus hijos, pero sí del abandono. “Cuando eres mamá, primero son tus hijos, segundo también, y tercero igual. Mis sueños inconclusos morirán conmigo”, afirma. Y sin embargo, sigue. Porque barrer las calles también es barrer la pena.

    ¿Cómo lucha un padre por la salud de su hijo?

    En San Juan de Lurigancho, el frío es aún más cruel. Luis se despierta entre 2 y 2:30 a.m. para preparar kekes y café con su esposa. Cargan los productos y descienden el cerro para llegar a la estación San Carlos. “Siempre amanece lloviendo, este invierno es muy fuerte”, cuenta.

    Luis tiene tres hijos. Al mayor le detectaron retinoblastoma, un cáncer ocular. “Nos dijeron que debían extirparle el ojo para salvarle la vida”, recuerda con la voz quebrada. Viajaron desde Chepén a Lima para tratarlo en el INEN. “Fue un milagro. No encontraron metástasis, pero sí tuvieron que sacarle todo el ojo”.

    Hoy el niño de 12 años necesita una nueva prótesis. Cuesta más de lo que Luis podría ganar vendiendo kekes. “Mi hijo me dice que un día tendrá plata, que ha visto en internet que hay ojos biónicos. Para Dios nada es imposible”, dice con esperanza.

    Cuando las ventas bajan, no hay comida. “Si no vendo, no comemos”, repite. El frío es su compañero y su enemigo. Cada keke vendido es un paso más hacia el milagro que sueña para su hijo.

    ¿Qué sacrificios hace un emolientero para sacar adelante a su familia?

    Edgar y su esposa comienzan el día a la 1 de la madrugada. Preparan emolientes, sandwiches y tortillas. “Dormimos tres horas. Todo lo hacemos nosotros”, dice. Trabajan con ritmo de huaynito ancashino y el calor de la cocina es su abrigo.

    Desde hace 15 años venden en el centro de Lima, en la avenida Abancay. “El frío nos conviene, pero también nos golpea duro. Pasan carros, llueve, hay peligro, pero seguimos porque amamos lo que hacemos”, afirma Edgar.

    Tienen una hija escolar y un hijo profesional. “Mi hijo es contador, está trabajando bien. No quiero que él sea emolientero. Trabajar en la vía pública es difícil, te golpea minuto a minuto”, asegura. A veces los amenaza un borracho o el frío mismo. Pero no se detienen.

    Edgar aprendió el oficio en la escuela de la calle. Hoy, gracias a una ley que reconoce su trabajo, se capacita. “No estudié una carrera, pero saqué adelante a mi familia con emolientes y esfuerzo”, concluye.

    ¿Qué tienen en común estas tres historias?

    Tres personas, tres realidades distintas y una misma madrugada compartida. Todos madrugan, todos luchan, todos resisten. Ninguno espera milagros sentados: salen a buscarlos con café, escobas y kekes en mano. Entre neblina, frío y esfuerzo, demuestran que el trabajo, aún el más duro, puede ser un acto de amor.

    • Milagros barre calles desde hace 20 años en La Victoria; también vende comida.

    • Vive con hipertensión, su hijo y perros adoptados; madruga a las 3 a.m.

    • Luis vende kekes en San Juan de Lurigancho para costear la prótesis ocular de su hijo.

    • Su hijo fue diagnosticado con cáncer y perdió un ojo; hoy necesita una nueva prótesis.

    • Edgar vende emolientes en el Centro de Lima junto a su esposa desde la madrugada.

    • Sacó adelante a sus hijos, uno de ellos ya es profesional.

    • Todos enfrentan el frío y la adversidad con esperanza y sacrificio.

    • Las tres historias muestran cómo madrugar se convierte en una forma de resistencia diaria.