"No sirve juzgar. Hasta siempre, Diego", por Christian Fernández

Christian Fernández

Amo el fútbol. A mí manera. No sé si más o menos que otros. No sirve juzgar. Nunca. Y no me imagino haber crecido viendo en vivo y en directo a Diego Armando Maradona jugar al deporte más lindo del mundo. Sí, el más lindo. No sirve juzgar.

El amor por el fútbol se hubiese potenciado al ver a Maradona una o dos veces por semana. Imáginate. Hay videos, hay YouTube, pero el sentimiento de conocer que en ese preciso momento, tú sentado en el sillón de tu casa o echado en tu cama, estaba en frente el hijo de Doña Tota y Don Diego con un balón en los pies, eludiendo rivales, marcando goles... Haciendo lo que tú soñabas.

Maradona hizo de todo, y casi todo lo hizo bien. Pero a diferencia del resto, él reconoció sus errores. Le dijo al mundo que se había equivocado. Que había fallado. Pudo haber sido incluso mejor de lo que fue. "Yo me equivoqué y pagué", señaló aquel 10 de noviembre de 2001 en su partido de homenaje. No quiso llamarlo de despedida.

Fue ante más de 50 000 hinchas en La Bombonera y el mundo entero en sus televisores que Diego Maradona mostró su esencia. "La pelota no se mancha". Un futbolista total. Con carácter, inteligente. Que cumplió con el objetivo de hacer feliz a los demás con una pelota.

Cuando le preguntaron al Negro Fontanarrosa, el Maradona de Los cuentos de fútbol, qué pensaba de la vida del Pelusa, respondió: "La verdad que no me importa lo que Diego hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía".

Nos llenaste de felicidad. Hoy nos llenas de tristeza. Siempre los extremos, Diego. "Yo soy o blanco o negro, gris no voy a ser en mi vida", dijiste en Uruguay cuando clasificaste a tu Argentina al Mundial de Sudáfrica 2010.

Te señalaron innumerables veces. Pero qué importa eso. Serás recordado eternamente. Por encima de cualquier otro. Muchos no te entendieron y no te entenderán. Jamás entenderán que lo tuyo fue enseñar  que no sirve juzgar. Nunca.